- Profe Emilio
- 25 ago
Le encantaba el sabor de la carne. Podía pasarse horas cocinando tan solo para olerla y deleitarse con sus texturas. Disfrutaba explorando diferentes cortes, sabores y técnicas de cocción para resaltar cada platillo.
Una noche, decidió preparar un festín para que degustaran sus invitados. Comenzó seleccionando minuciosamente las piezas más frescas del congelador. Optó por unos jugosos filetes y unos cuantos lomos.
En la cocina aparecieron aromas irresistibles. Maridó cada corte con especias y hierbas, respetando la esencia natural de la carne. Para los filetes, optó por marinada de vino tinto con romero, mientras que los lomos los recubrió de una mezcla de ajo y tomillo.
Le gustaba ver cómo los jugos se liberaban, creando una capa dorada y crujiente en la superficie de cada porción. La cuidadosa manipulación de los trozos en la parrilla le permitió obtener el punto exacto de cocción, manteniendo la presentación intacta.
Los invitados quedaron asombrados por el banquete. Cada bocado era una experiencia única. Acompañaron el menú con guarniciones. Papas asadas al horno, crujientes por fuera y tiernas por dentro; verduras salteadas en aceite de oliva que agregaban color, y un clericot amargo aunque consistente. Fue un éxito rotundo. Disfrutaron cada mordida. Se maravillaron con la pasión y la dedicación que el anfitrión tenía con el arte culinario.
Después de los aplausos, explicó que, para él, la carne no era solo una forma de sustento, sino una forma de expresar su amor por la gastronomía. Era algo más que alimento. Era un medio para crear momentos memorables. Era el disfrute de la comida en todos sus aspectos.
Sin embargo, capturarlos era una tarea difícil. Todavía más complicado era preservar todas sus partes. Muchos de ellos daban una buena pelea antes de morir. Algunos incluso trataban de llegar a un acuerdo. Mas todos terminaban en el fogón. Un tipo de carne que requiere un trato especial. Y nadie la cocinaba como él.
Emilio Quiroz
La cena
Cuento corto
